EXPERIENCIA DE UN SOCIO: UNIRNOS COMO PERSONAS PARA CUIDARNOS COMO HUMANIDAD
Yosu Franco Iriarte. Hospital Ruber Internacional, Madrid
La experiencia desde la primera línea de un embriólogo ejerciendo como enfermero
Yosu Franco, un embriólogo, también diplomado en enfermería, que tras cerrar su unidad de reproducción ante la alerta que vivimos, cambió de traje y acudió a la primera línea. Hemos querido conocer de cerca su experiencia y aquí la tenemos, también en primera
persona.
Hace aproximadamente un mes que vivíamos como la curva natural de la pandemia por fin presentaba una dinámica de disminución de casos diagnosticados y observábamos como, progresivamente, la situación de alerta sanitaria mejoraba, al tiempo que la actividad de los centros de reproducción empezaba a reactivarse traslas fases de desescalada anunciadas por el Ministerio de Sanidad.Pero es en este tiempo de vuelta a la normalidad donde debemos considerar diversas medidas de seguridad a la vez que tenemos que tener en cuenta las distintas situaciones que nos deja esta pandemia, con el único objetivo de evitar, en la medida de lo posible, un repunte de la misma.Dentro de las situaciones mencionadas con anterioridad tomo como prioritarias la necesidad de tratar a pacientes afectos o sospechosos de estarlo, la convivencia de pacientes afectos y no afectos, así como la disponibilidad y sensibilidades de los distintos test diagnósticos.
Todos estos pensamientos y reflexiones se producen tras el gran cambio que hemos tenido en nuestra vida y en nuestra sociedad en un tiempo récord y que nos hace recordar que la impermanencia es lo único que realmente permanece y que todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos: nos cierran fronteras, los hospitales se saturan, nos limitan salir a las calles y la histeria social se desata. Agotamos las existencias de mascarillas, los supermercados se vacían y las noticias falsas crecen como la espuma. Pero de pronto, nos damoscuenta de que lo que más echamos de menos, es lo que de verdad nos han arrebatado: el contacto real. Esta situación de distancia social, de abrazos únicamente virtuales, de caricias de voz,es lo que más sentimos y desgraciadamente, lo que más estamos sufriendo en nuestra propia piel, como si de una película de ciencia ficción se tratara.
Como embriólogos que amamos nuestra profesión, hemos sido testigos de como las unidades se han visto obligadas a su cierre para evitar, tras el estado de alarma, el flujo de pacientes y la saturación del sistema sanitario. El desconocimiento sobre los efectos de un virus nuevo, del que no conocemos demasiado, nos ha generado y de hecho sigue haciéndolo, una gran incertidumbrefrente a lo más valioso que ofrece nuestro trabajo, como esel deseado embarazo.
Todo esto supone un parón de actividad que hace que la mayoría de compañeros deban quedarse en casa ante la ausencia de ciclos aumentando el desconcierto quegenera esta situación decara a un futuro no muy lejano. Escuchamos como los hospitales se saturan, como comienzan a pedir urgentemente personal sanitario y como, ante esta insistente necesidad de personal, comienzan a contagiarse muchos de esos profesionales.
Es entonces cuando, acabando los ciclos de reproducción, me piden ayuda para afrontar la crisis que en Madrid y en la mayoría de los hospitales se estáproduciendo. Al igual que amamos la embriología y cuidamos del tesoro más preciado para las parejas, ese sentimiento de ayuda, cuidado y obligación sentí ante este nuevo reto. No voy a negar que tuve miedo, más que por la enfermedad a la que me iba a enfrentar, por el trabajo de enfermero que debía realizar,tras muchos años de haber acabado la formación.
He podido corroborar, porque es algo que parece que se sabepero es importante recordarlo, que al igual que los embriólogos somos el alma de una Unidad de Reproducción, la enfermería es el primer eslabón con la ciudadanía en los centros sanitarios. Su compromiso, entrega, espíritu de sacrificio, capacitación y responsabilidad están fuera de toda duda y en esta crisis, como en otras anteriores, lo están demostrando de manera sobrada y he podido vivirlo y sentirlo junto a ellos. Poder garantizar la atención y cuidados necesarios en una coyuntura especialmente sensible y difícil como esta tiene un valor incalculable para cualquier profesional.
Cada día he podido sentir el miedo, la tristeza y sobre todo la soledad de muchas personas enfermas que se han visto atrapadas por este virus desconocido. La soledad de una persona enferma que se siente indefensa ante algo que empieza a conocerse, solamente puede afrontarse con esperanza, con cuidados sanitarios excelentes y, muchas veces, con pequeños gestos que aporten cariño. A veces con tan solo una mirada es suficiente.
Poder coger la mano de un paciente y tranquilizarle mirándole a los ojos, a pesar de que el traje y las medidas de seguridad no te pongan fácil ese contacto visual, es algo mágico, porque si sigues observando, te darás cuenta de que su mirada intenta encontrar latuya debajo de esas mascaras y de la pantalla de protección mientras le administras la medicación, el cariño real es ese, la humanidad real es esa. Cada díase ha convertido en una aventura nueva donde había momentos de alegría, por saber que un paciente se iba de alta, pero también de mucha tristeza, por saber que ese paciente moriría solo mientras le sedabas. Es en esos momentos donde la humanidad y la sensibilidad aparecen en su punto más álgido y donde da igual que estés expuesto al virus, porque no vas a dejar sola a esa persona en sus últimos ápices de vida. Le agarras de la mano y esperas a que se vaya tranquila y acompañada y así se lo haces saber a la familia.
También he llorado de alegría cuando alguien a quien has visto muy malito y tras muchos días de recuperación, te cuenta su vida, cómo ama a su familia y lo mucho que desea reencontrarse con ella. Es en ese momento cuando la tecnología permite hacer pequeños milagros hasta que se produzca el encuentro real y una simple videoconferencia esparce su magia.
Esta vivencia que he tenido tanto dentro como fuera del hospital, que hemos tenido cada uno de nosotros confinados en casa, te hace echar de menos todas esas cosas normales a las que antes no les dábamos importancia: un abrazo, una comida familiar o una cena con amigos.
Este virus nos ha enseñado la fragilidad de la vida, nos ha recordado que no somos imprescindibles, que todo lo que tenemos puede evadirse en cualquier momento y que lo único que puede hacernos salir de esta es estar unidos. Estar unidos sin importar la raza, el sexo, la religión o las ideas políticas.
Como decía al principio… ‘Unirnos como personas para cuidarnos como humanidad’.